Esta es la petición que con humildad dirigimos a Dios nuestro Padre: “Señor, enséñanos a amar”. Y Dios, que escucha nuestras oraciones, nos concede este don, porque Él vive dentro de nosotros y Él es Amor. Por tanto, para amar auténticamente, hemos de permanecer en Dios como Él permanece en nosotros.
Con motivo del 50 aniversario de la creación de nuestro Colegio Diocesano La Milagrosa, me gustaría ofrecer unas pautas muy sencillas de cómo veo y he experimentado la educación.
Como punto de partida tomo las palabras de San Juan Bosco en las que nos dice: “La educación es cosa del corazón y sólo Dios es su dueño y nosotros no podremos triunfar en nada si Dios no nos enseña el arte de ganarnos los corazones y nos pone en la mano su llave”.
Ciertamente, para educar es necesario saber amar. Y el amor es paciente, todo lo disculpa, todo lo aguanta, todo lo perdona y no lleva cuentas del mal, es comprensivo, es servicial, no es mal educado ni egoísta. (Co. 13, 4 ss). Amar a nuestros alumnos, en esto se resume todo.
Cuando D. Bosco hablaba a sus sacerdotes les recomendaba: “No basta con amar a los jóvenes. Es necesario que ellos se sientan, se experimenten amados”. Esta es la llave con la que podemos entrar en el corazón de nuestros alumnos y sembrar la buena semilla para que, cuando marchen de nuestro centro, estén puestos los cimientos de donde surgirán unos “buenos cristianos y honrados ciudadanos” para nuestro mundo.
Nos sigue recomendando Don Bosco: “No os olvidéis nunca de la dulzura en los modales. Ganaos el corazón de los jóvenes por medio del amor. Tened siempre presente la máxima de San Francisco de Sales: Se cazan más moscas con una gota de miel que con un barril de vinagre”.
Por eso, los educadores, hemos de evitar los gritos, las correcciones que humillen al alumno, las palabras hirientes, las miradas que matan,… Hablar siempre en privado con el que aparentemente no responde e intentar reconducirlo con el amor. Si nos ganamos el corazón de nuestros muchachos, ya está todo hecho.
“En definitiva se trata de utilizar la caridad que usaba Jesús con los apóstoles, ya que era paciente con ellos, a pesar de que eran ignorantes y rudos, e incluso poco fieles; también con los pecadores se comportaba con benignidad y con una amigable familiaridad, de tal modo que era motivo de admiración para unos, de escándalo para otros, pero también ocasión de que muchos concibieran la esperanza de alcanzar el perdón de Dios. Por eso nos mandó que fuésemos mansos y humildes de corazón”.
Una segunda idea que me gustaría compartir la tomo de las palabras del procurador romano Poncio Pilato, cuando, después de hacer azotar al Maestro, lo presenta ante el pueblo diciendo: “Ecce homo” (He aquí al hombre).
Jesucristo es el hombre perfecto, el espejo donde todos: padres, educadores y educandos, hemos de mirarnos. El Señor es nuestro modelo y es a Cristo al que hemos de formar en las almas, tanto en la nuestra, como en la de los alumnos.
Y mirar a Cristo es contemplar y ver: la misericordia, la ternura, la bondad, la justicia, la paz, la santidad, la alegría verdadera, la laboriosidad, la humildad, el servicio, la honradez, la veracidad, la pureza, el respeto, la entrega sin esperar recompensa …
Pidamos este don a Dios: formar a Cristo en las almas.
¡Qué dicha tan grande sería que de nuestras aulas saliesen al mundo hombres nuevos, imitadores del Señor!
Por último nosotros, los que dedicamos la vida a la educación somos los primeros que hemos de formarnos en la escuela de Jesús. Difícilmente daremos lo que no tenemos, ni enseñaremos aquello que no sabemos, porque no lo hemos experimentado. “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de la vida, pues la vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y eso os anunciamos”. (I Jn. 1, 1-4).
No sólo hemos de formar a Cristo en nosotros y en nuestros alumnos, sino que, hemos de formar desde el Corazón de Cristo y, por lo tanto, transmitir sus sentimientos, haciéndolos antes nuestros.
Seamos muy de Dios, vivamos muy dentro de su Corazón y así seremos transmisores, no sólo de conocimientos, sino de vida; más aún de vida eterna. Cuanto más cerca de Dios estemos más de los hombres seremos.
Pongo a nuestro colegio, a nuestros profesores, alumnos, personal de servicio, padres, etc. en las manos de la Santísima Virgen de la medalla Milagrosa. Le pido que nos mire con amor y misericordia y nos acompañe en esta andadura que ya va por su cincuenta aniversario.
Muchas felicidades.